El clima es un determinante clave en el funcionamiento del planeta que ha moldeado las actividades de las civilizaciones humanas a lo largo de los siglos. El cambio global, incluido el cambio climático antrópico, está alterando los procesos ecológicos y la biodiversidad, lo cual no solo implica transformaciones en el entorno natural, sino que también plantea nuevos retos socioeconómicos a los que debemos enfrentarnos. Los pasados 15 y 22 de mayo, la RASC, gracias a la colaboración de la Fundación Cajasol, organizó unas conferencias científicas en las que se debatieron los riesgos del cambio climático para la economía y la salud de la ciudadanía. También se abordó cómo adaptar nuestras ciudades a los efectos de un clima aceleradamente cambiante (las puedes ver aquí, aquí y aquí).
El cambio climático tiene un amplio abanico de consecuencias sobre los ciudadanos, y las economías (puedes leer sobre esto en la entrada Nociones científicas básicas sobre las causas del cambio climático de este mismo Blog). Los últimos informes PESETA, un programa de investigación coordinado por el Joint Research Center (JRC) de la Comisión Europea, ha examinado once categorías de impacto climático en Europa: mortalidad humana por olas de calor y de frío, tormentas de viento, recursos hídricos, sequías, inundaciones fluviales, inundaciones costeras, incendios forestales, pérdida de hábitats, ecosistemas forestales, agricultura y suministro de energía (https://publications.jrc.ec.europa.eu/repository/handle/JRC136024). Los impactos del cambio climático en estos sectores no son homogéneos en todos los países europeos, siendo relativamente más afectados los países del sur y sureste de Europa. El estudio muestra además las grandes posibilidades de las políticas de mitigación y de adaptación para reducir el riesgo climático en Europa. Por ejemplo, el impacto económico de las inundaciones costeras se puede reducir en más de un orden de magnitud gracias a las políticas climáticas.
El riesgo climático más importante es la mortalidad humana debida a las olas de calor, cuya valoración económica es mayor que la suma de todos los demás riesgos climáticos que se pueden cuantificar en términos económicos en Europa. Las olas de calor están convirtiéndose en un fenómeno cada vez más duradero, frecuente e intenso. El calor extremo afecta al cuerpo humano, principalmente en los sistemas respiratorio y circulatorio, lo que representa una amenaza significativa para la salud pública. Se estima que las olas de calor del verano de 2022, el más cálido en Europa desde que hay registros, produjeron 60.000 muertos en el continente, de las cuales 11.000 ocurrieron en España, mayoritariamente en personas mayores de 65 años. Según un estudio reciente, un 56% de estas muertes por calor se pueden atribuir al cambio climático debido a la actividad humana. Existen también evidencias de que durante estos periodos de calor extremo se intensifican las visitas a urgencias y hospitalizaciones en todas las franjas de edad.
Durante las olas de calor también aumenta la incidencia de nacimientos prematuros. No menos importante es la acentuación de los trastornos del sueño (menos horas de descanso de calidad) a causa del aumento de las “noches tropicales”, es decir, aquellas en que la temperatura mínima no baja de los 20 ºC. La falta de sueño reparador repercute a la vez en la salud física y mental, y se ha asociado con un incremento de cuadros de ansiedad y depresión. Un estudio que ha analizado millones de mensajes en redes sociales ha encontrado una correlación entre el aumento de publicaciones con contenido emocionalmente negativo y los periodos de más calor. Además, numerosos estudios experimentales con alumnos han demostrado que las capacidades cognitivas disminuyen con el aumento de la temperatura.
Evidentemente, el uso del aire acondicionado reduce la mortalidad y las morbilidades relacionadas con el calor y mejora el rendimiento cognitivo. No obstante, no todos los hogares, puestos de trabajo o centros educativos, incluso en regiones donde el calentamiento es especialmente intenso, disponen de condiciones térmicas que garanticen el bienestar físico y mental de las personas. En Sevilla, el personal docente y arquitectos que diseñan y rehabilitan escuelas insisten en la necesidad de aumentar los sistemas de refrigeración de los centros docentes.
También está ampliamente demostrado que los espacios verdes mejoran la salud física y mental de la población. El aumento de zonas verdes es una estrategia de mitigación del calor que se está implementando en muchas ciudades del mundo. La llamada «regla 3-30-300» para reverdecer las ciudades propone que, para mejorar la salud y el bienestar, las ciudades deben cumplir con tres criterios: ver al menos tres árboles desde casa, tener un 30% de cobertura vegetal en el barrio y no vivir a más de 300 metros de un parque.
De forma indirecta, el cambio climático ha incrementado la prevalencia de enfermedades infecciosas zoonóticas, muchas de ellas causadas por patógenos transmitidos por insectos. La malaria o el dengue son enfermedades tropicales que se transmiten por mosquitos que han experimentado cambios significativos en sus patrones de distribución tanto en el tiempo como en el espacio. Los casos de infección por dengue han tenido un aumento exponencial desde que existen registros. En 2024, Sudamérica alcanzó su máximo histórico con 13 millones de afectados, una cifra muy superior al ya elevadísimo valor de 4.3 millones registrados en 2023. Los expertos atribuyen este incremento de la enfermedad en los últimos años al aumento de la urbanización, las temperaturas y las precipitaciones. La disminución de la estacionalidad favorece la proliferación del mosquito vector, Aedes aegypti, durante más meses del año. En Brasil, por ejemplo, el periodo de máxima infección ha pasado de durar 2 meses a solo una semana, debido a la reducción de la variabilidad climática.
En Europa se han detectado casos de dengue importados a través de picaduras del mosquito tigre, Aedes albopictus, un mosquito de origen asiático que fue introducido accidentalmente en vasijas con plantas ornamentales exóticas y el comercio de neumáticos usados. Este mosquito, de hábitos urbanos y actividad diurna, se está expandiendo hacia el norte de Europa, lo que representa un riesgo creciente para la salud pública.
En África, la malaria también se está desplazando latitudinalmente hacia el norte a un ritmo de 4,7 km por año, una velocidad incluso superior al avance medio del cambio climático en latitud (3,25 km por año). Además, se ha observado un desplazamiento altitudinal de entre 6 y 7 metros por año. En general, lo que está ocurriendo es que los extremos climáticos se están ampliando, lo que favorece una transmisión más intensa de Plasmodium, el patógeno causante de la malaria, por mosquitos del género Anopheles. Cada vez hay más meses del año en los que la transmisión de malaria es posible en estas zonas, y en algunas regiones, por ejemplo, en ciertas áreas de Brasil, la transmisión se ha vuelto continua. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, cuando el virus desaparecía durante algunos meses, hoy la circulación del virus es continua. Además, estas “nuevas” condiciones climáticas están provocando una sincronización entre distintas cepas del parásito, que anteriormente respondían de forma diferente a las mismas condiciones ambientales. El papel cada vez más dominante del clima en la dinámica de estas enfermedades está llevando a una sincronización temporal entre enfermedades distintas, debido a su mayor ‘sensibilidad’ frente al cambio climático. Esto supone un reto adicional para la prevención y el control de las enfermedades infecciosas en un mundo que se calienta rápidamente.
El virus del Nilo Occidental, causante de la fiebre del Nilo, es otra enfermedad de origen subsahariano que, en poco tiempo, se ha expandido a regiones de clima templado en casi todos los continentes. En Estados Unidos, en apenas 25 años, ha pasado de causar los primeros casos localizados en el estado de Nueva York a propagarse por 44 estados. En España, en 2020, se produjo un gran brote con 77 personas afectadas y ocho fallecidos en Andalucía y Extremadura, regiones donde actualmente se considera una enfermedad endémica. En España, el virus del Nilo Occidental es transmitido por mosquitos autóctonos del género Culex, abundantes tanto en espacios naturales como en áreas urbanas. Los inviernos cálidos, cada vez más frecuentes, favorecen la supervivencia y cría de larvas de mosquito. Los casos de transmisión irán en aumento a menos que se apliquen medidas preventivas eficaces, especialmente en el control de mosquitos en su etapa larvaria (sobre el virus del Nilo Occidental pude verse la entrada: ¿Por qué cada vez tenemos más casos del virus del Nilo Occidental en España? de este mismo Blog).
Los modelos de previsión del riesgo de brotes epidémicos combinan herramientas matemáticas y estadísticas orientadas no solo a simular, sino también a comprender los mecanismos que desencadenan dichos brotes. A tal fin, incorporan la información epidemiológica, entomológica (como la abundancia de mosquitos), ambiental, climática, demográfica y socioeconómica. Estos modelos permiten realizar predicciones a corto y medio plazo sobre el número, intensidad y localización de las enfermedades transmitidas por vectores. Variables como la temperatura y la humedad del aire son componentes esenciales de estos modelos, ya que explican en gran medida la prevalencia de enfermedades vectoriales. En Tailandia, por ejemplo, estas herramientas ya se han implementado en plataformas web y aplicaciones móviles que permiten identificar zonas de riesgo con una resolución espacial muy precisa (por ejemplo, a nivel de subdistritos dentro del área metropolitana de Bangkok), y con una anticipación de entre 1 y 12 meses.
Los modelos de riesgo también se utilizan para predecir impactos en distintos sectores socioeconómicos según distintos escenarios climáticos. Actualmente, en algunos países, el clima se ha convertido ya en una variable determinante para las compañías aseguradoras, que lo utilizan para calcular primas o incluso justificar la negación de determinadas prestaciones.
Durante el debate se abordaron las políticas de mitigación del cambio climático, como el Pacto Verde Europeo, cuya meta es alcanzar cero emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2050, y el objetivo climático europeo para 2040, que plantea una reducción del 90% de las emisiones. Frente a los discursos negacionistas del cambio climático que afirman que las medidas de mitigación son perjudiciales para la economía, es importante hacer hincapié en que los cambios en el modelo energético están logrando desacoplar las emisiones de CO2 del crecimiento del PIB. En otras palabras, el uso de combustibles fósiles ya no se traduce necesariamente en mayor riqueza. De hecho, las medidas de mitigación van a tener beneficios más allá de reducir la emisión de gases de efecto invernadero, puesto que van encaminadas a aumentar la independencia energética de la Unión Europea, lo que, a su vez, permite reducir los costes del suministro energético.
Asimismo, se presentaron líneas de investigación como la Misión de la Unión Europea (UE) sobre la Adaptación al Cambio Climático, y algunas iniciativas a escala local. Un ejemplo destacado es el proyecto eCitySevilla, desarrollado en la Isla de la Cartuja de Sevilla, y su integración dentro de la Misión Ciudades de la UE, proyecto que tiene por meta que cien ciudades europeas alcancen la neutralidad climática en 2030. Es relevante destacar que a esta iniciativa hispalense se han sumado más de 100 entidades, sin necesidad de subvención pública, lo que demuestra un fuerte compromiso local con la transición ecológica y el desarrollo sostenible.