En 2025 se está celebrando el Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas, al cumplirse 125 de la hipótesis cuántica que hizo Max Planck (1848-1947) para explicar la radiación de cuerpo negro. A pesar de haber iniciado el camino de no retorno hacia la mecánica cuántica, la más revolucionaria de las teorías científicas, Planck fue, sin embargo, lo más alejado a un revolucionario que se pueda ser.
Venía de familia de rancio abolengo académico –hay varios catedráticos de teología y leyes entre sus ancestros directos–, y él mismo fue un modelo de sesudo catedrático teutón; y más aún, de patriotismo, sobriedad, rectitud y conservadurismo al más puro estilo prusiano –aunque él no nació en Prusia–. Planck fue uno de los firmantes del manifiesto «Al mundo civilizado», en el que noventa y tres artistas, intelectuales y científicos alemanes apoyaron el militarismo alemán al inicio de la primera guerra mundial –manifiesto que no firmaron ni Albert Einstein ni David Hilbert-.
Planck relativizó la llegada de Hitler al poder –tenía por entonces 74 años–, pensando que la hostilidad inicial se suavizaría con el transcurso del tiempo, por lo que era mejor contemporizar que rebelarse, y recomendó a los científicos judíos aguantar en Alemania en vez de exiliarse. Era por entonces presidente de la Sociedad Káiser Guillermo y, aunque con renuencias, acabó realizando el saludo nazi y entonando el «Heil Hitler» en los actos oficiales de la época. A pesar de lo cual se entrevistó con el führer tratando de convencerle de las ventajas para Alemania de conservar a científicos judíos de la talla de su colega y amigo Fritz Haber. Del desarrollo de la entrevista quedó un informe del propio Planck que se publicó en 1947 (Physikalische Bläter, 3, 143 (1947)). «No tengo nada contra los judíos en sí. Pero todos los judíos son comunistas y son mis enemigos; mi lucha es contra ellos», empezó afirmando Hitler, a lo que Planck contestó: «Hay varias clases de judíos, unos son valiosos para la humanidad y otros no; entre los primeros están muchas viejas familias de la ejemplar cultura alemana, y en estos temas hay que hacer distinciones»; a lo que Hitler respondió: «Eso no es correcto. Un judío es un judío; todos los judíos se unen unos a otros como erizos. Allí donde hay un judío, inmediatamente se suman a él otros judíos de todas las clases». Planck arguyó que expulsar a los científicos judíos sería como automutilarse y que los países receptores se beneficiarían de la expulsión –como así efectivamente ocurrió–, pero ante el ataque de ira y paroxismo que acometió entonces al führer, a Planck no le quedó otro remedio que iniciar una frustrante y amarga retirada; en sus propias palabras: «Hitler finalmente concluyó: “Dicen que a veces sufro de nerviosismo. Eso es una calumnia. Tengo nervios de acero.” Se dio una palmada en la rodilla con fuerza, habló cada vez más rápido y se puso tan furioso que no tuve más remedio que callarme y despedirme».

Conviene recordar que en lo personal, la vida tuvo pocas contemplaciones con Planck; con su primera esposa tuvo cuatro hijos, Karl, las gemelas Emma y Grete, y Erwin; enviudó en 1909, se volvió a casar y tuvo un hijo de su segunda esposa, que fue de todos sus hijos el único que le sobrevivió: Karl murió en la inacabable carnicería de Verdún durante la primera guerra mundial. Grete murió en 1917 durante el parto de su primera hija; el viudo se casó entonces con Emma, la gemela de Grete, que murió dos años después también durante el parto de su primera hija –las bebés sobrevivieron–. Erwin fue capturado por el ejército francés en 1914, pero sobrevivió a la primera guerra mundial; no así a la segunda: fue fusilado el 23 de enero de 1945 acusado de haber participado en el fallido atentado contra Hitler de julio de 1944.
Referencias
Antonio J. Durán, El universo sobre nosotros, Crítica, Barcelona, 2015.